Raymond Rogers y la Sábana Santa (I). El Jinete Solitario de la «Sindonología»

No soy un adicto a los juegos de azar, pero me juego el cuello a que nadie ha oído hablar por ahí de la ciencia llamada “bustodenefertitilogía” o de la “venusdemilología”. No arriesgo mucho, la verdad, porque no existen. No existe una ciencia específica que se encargue de investigar el busto de Nefertiti del museo de Berlín o la Venus de Milo del Louvre. Sin embargo, existe una ciencia única en el mundo, la “sindonología”, que pretende concentrarse en un solo objeto de estudio: la Sindone de Turín, el lienzo que se conserva en la catedral de San Juan Bautista de esta ciudad, en el que figura la doble imagen de Jesucristo.

Los “sindonólogos” no son como los demás historiadores. Sus estudios, en su gran mayoría montados a base de fotografías o relatos ajenos, no suelen publicarse en revistas especializadas de historia. Se pueden contar con los dedos de la mano los que han pasado las barreras de la revisión inter pares. Y los que lo han hecho son anómalos por otro motivo: sus autores raramente son especialistas en la materia sobre la que escriben. En realidad, los “sindonólogos” publican regularmente en blogs y revistas de “sindonología” o religión, se reúnen en congresos de “sindonología” y dejan de considerar a un estudioso como “sindonólogo” en cuanto pone en duda la autenticidad del Santo Sudario. Sin embargo, es raro el artículo de estos “expertos” que no incluye expresiones como “la Ciencia dice”, “según los Científicos”, “se ha publicado en una Revista Científica”… Expresiones muy poco habituales entre los historiadores o arqueólogos que se mueven en el mundo común de la Historia o la Arqueología. Nadie tiene tanta necesidad de reafirmar la cientificidad de su trabajo, si no tiene dudas de que realmente lo sea o se considere así. Pero los “sindonólogos” aman a la Ciencia, la adoran, la idolatran…

¿Pero que entienden los “sindonólogos” por ciencia? Es difícil decirlo. Los “sindonólogos” se proclaman a menudo fanáticos del método científico, pero no dicen lo que entienden por tal. Una excepción es Raymond Rogers. Este celebrado “sindonólogo” era del bando de los cientificistas. Es decir, los que afirman que la Ciencia ha demostrado que la imagen de la sábana es de Jesucristo en persona y que sólo queda demostrar científicamente como se imprimió. Según dijo su colega Barrie Schwortz en un documental dedicado a su memoria, era como una especie de marshall del Lejano Oeste: en cuanto veía la ciencia en peligro sacaba su revolver y disparaba. Un tipo duro, vaya. La lástima es que, leyendo los trabajos de Rogers, uno se da cuenta de que como pistolero Rogers era de la especie dispara primero y pregunta después. Y de que con tal método se cargaba a los buenos más veces que a los malos. Porque ¿hacia dónde disparaba? ¿Qué entendía esta especie de Jinete Solitario por ciencia?

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En “Scientific Method Applied to The Shroud of Turin” Rogers nos dice qué entiende por ciencia. Pero despacha la cosa en menos de una página. Y en menos de una página nos van a quedar muchas cosas sin aclarar. Cualquier manual sobre metodología científica suele tener unos cientos de páginas. Y, sin ponernos tan exagerados, un artículo de divulgación de Mario Bunge, “¿Qué es la ciencia?”, tiene unas 30. Por eso Bunge analiza más cosas que Rogers. Por ejemplo, en la página 20 explica que la ciencia es especializada. Cada ciencia tiene sus propios métodos, dentro del carácter general de la metodología. Así, para un físico la “autenticidad” de sus materiales no es problema, pero la historia y la arqueología ponen un énfasis especial en comenzar los estudios de un objeto cualquiera garantizando su autenticidad. No basta con que venga un anticuario, nos venda un busto de Cleopatra y nos diga que le da en la nariz que es auténtico. El historiador se preguntará acerca de su origen, y hasta que no esté seguro no empezará a investigar sus componentes, su estilo o cualquier otra cosa que le interese. Sin embargo, la “sindonología” es una ciencia especial. En su metodología especial este tipo de cosas son superfluas. Para nada hay que garantizar la proveniencia de los objetos que investigamos. Pecata minuta. Chorraditas.

Uno de los estudios estrella de la “sindonología” es el que publicó Raymond Rogers en una revista especializada, Thermochimica Acta, con comité de revisión (¡prosternaos, herejes!). Analizando varias hebras de hilo que se atribuían al lienzo de Turín, demostró “científicamente” que la muestra que se tomó para datarlo con el método del radiocarbono en 1988, datación de la que resultó ser de mediados del siglo XIV más o menos, estaba contaminada por remiendos modernos. Y que, por tanto, la datación era inválida. Científicamente demostrado… con los métodos de la ciencia “sindonológica”. Según estos métodos, preocuparse por si el objeto que uno está estudiando es auténtico o no son tonterías y quien lo pone en cuestión es que va de mala fe. Yo creo que un poco de mala fe, sólo un poco, debería ser parte del método para analizar las propias opiniones y ayuda a no meter la pata. A Rogers le faltó ese punto de mala fe.

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En primer lugar, cuenta que trabajó con algunos hilos que él guardaba de los que quedaron adheridos a unas cintas adhesivas, especialmente diseñadas para los trabajos con el lienzo que realizó en 1976 el STURP (una sociedad de “sindonólogos” ya disuelta). No sabemos muy bien cómo han sido conservados ni cuál es su estado después de casi cuarenta años. A veces las condiciones de almacenaje de una pieza de tejido antiguo son destructivas. Pero al menos sabemos de dónde venían los hilos. Algo es algo.

En segundo lugar, -y ahora la cosa empieza a complicarse-, Rogers dice que recibió de un asesor científico del arzobispado turinés, Luigi Gonella, unas hebras procedentes de la muestra llamada “Raes”. Gilbert Raes fue un experto textil al que se le concedió un pedazo del lienzo para que hiciera unas pruebas en 1973. Con estos hilos las cosas ya no están tan claras. Raes devolvió todas las muestras una vez acabadas sus experiencias. Y, lo que es peor, la comisión que examinó el lienzo para hacer la prueba de radiocarbono en 1988 desechó los restos de Raes porque se encontraban en mal estado. Así que Rogers trabajó con unos hilos que, en el mejor de los casos, estaban estropeados.

Pero, en tercer lugar, la cosa pinta mucho peor con los hilos de la muestra provenientes de la datación de 1988, que, según Rogers, eran semejantes a la muestra Raes, pero diferentes de los auténticos que él tenía. Porque años antes, el cardenal Custodio de la Sindone, Monseñor Saldarini, harto de que todo el mundo dijera tener muestras del tejido del lienzo, emitió un comunicado afirmando que sólo las muestras residuales que estaban en poder de la Iglesia eran auténticas y conminó a los que pretendían tener alguna a devolverla. Nadie lo hizo, que se sepa. Pero hete aquí que Rogers dice que el asesor científico del Cardenal, il Signore Gonella, contraviniendo la orden de su superior, le da el tejido prohibido. Naturalmente, Gonella no ratificó nunca las afirmaciones de Rogers. Pero, para peor todavía, resulta que Rogers da al menos tres versiones diferentes de la entrega. Según la primera, que es la que figura en su artículo de Thermochimica Acta, Gonella le dio las muestras a él (o al menos así se sugiere). Según la segunda, publicada por él mismo en “Ghiberti’s pronouncement of my analises”, Gonella se la dio a una sociedad sindonista que se la dio a él. Y según la tercera, en un correo que envió en 2005 a Antonio Lombatti, dice que Gonella se la dio a una persona, que se la dio a otra (desautorizada expresamente por la Santa Sede), que se la dio a la sociedad sindonista, que se la dio a él. Todo claro.

En fin, corramos un piadoso velo sobre toda esta serie de contradicciones y digamos que Mr. Rogers estaba algo confuso sobre la proveniencia de las muestras que estaba analizando. Naturalmente eso habría bastado para que cualquier historiador serio hubiera desistido en su trabajo. No un “sindonólogo”. Porque, como acabamos de ver, la “sindonología” es una ciencia especial con métodos especiales. Sin lugar a dudas.

Continuará.

David Mo.

  • Espero que el tal Mr. Rogers no sea el del programa infantil. En ese caso supongo que estaríamos hablando de su suéter.



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