De conspiraciones y falsas banderas
Los idus de Marzo
Aunque, dado el tiempo que ha transcurrido, muchos detalles sobre la conspiración para asesinar a Julio César no están del todo claro, los hechos fundamentales son conocidos y nos podemos hacer una idea bastante clara de lo que pasó, gracias fundamentalmente a las crónicas de Plutarco y Suetonio. Tras su victoria en la guerra civil con Pompeyo y sus aliados, César acumuló un poder sin precedentes en la República Romana. Tal acumulación de poder hizo temer a muchos romanos (incluyendo muchos senadores y ciudadanos poderosos) que César quisiera proclamarse rey. Para que nos hagamos una idea de lo que eso significaba para la mentalidad romana de la época, es como si hoy alguien en Estados Unidos propusiera eliminar al presidente y sustituirlo por la Reina de Inglaterra. De hecho, la aversión romana por la monarquía era tan fuerte que ni siquiera durante los momentos de mayor poder, los emperadores romanos se atrevieron a usar el título de Rex.
A este descontento «ideológico» se unía el descontento económico de la clase senatorial. César acumulaba tanto poder y títulos que no quedaba nada para los demás, y todo el que quisiera seguir una carrera política debería hacerlo a la sombra del dictador.
Por estas razones, entre otras, varios senadores tramaron un complot para asesinar a César en el Senado. Probablemente participaran más, pero lo que sabemos seguro es que el principal organizador fue Cayo Casio Longino, que había luchado en el bando optimate contra César. Al finalizar la guerra, recibió el perdón, igual que muchos de sus compañeros de bando. Él fue el encargado de tantear al resto de conspiradores y reclutarlos. Convencer a Marco Junio Bruto fue uno de sus grandes éxitos. Bruto pertenecía a una familia muy prestigiosa y el que se uniera a los conspiradores indujo a bastantes senadores a unirse.